lunes, 30 de octubre de 2017

Descubrimientos rutinarios

Hay veces que pienso en lo que sería el mundo sin música, sin libros o sin estos pequeños arreboles que estoy viendo ahora mismo. Sin esas pequeñas cosas que son las que felices de verdad nos hacen. ¿Cómo es que mis ojos perciben tal belleza?¿Cómo es que se forman colores distintos y que yo pueda sentirlos? La voz de una abuela hablándole a su nieta me abraza. La tierna inocencia de sus palabras consigue transportarme a mi infancia de nuevo. Hay un chico sentado a mi lado, y su mano habla de fantasía para evadirse del mundo. Somos sólo dos jóvenes más, incomprendidos, disfrutando de las pequeñas cosas, compartiendo un enterno silencio. Ya no hay rastro del sol en el horizonte, pero aún observo sus pequeños destellos desafiantes con volver a salir y brillar por siempre. No tengo billete a mi mundo, pero el chico sentado a mi lado escucha Beret, y eso es suficiente por hoy. En el frente hay una mujer aferrando su vida, y parece que esté hablando de amores. He descubierto algo nuevo: El chico sentado a mi lado ahoga sus penas en la efimeridad de las cenizas, y dibuja hipnotizantes formas con su espectro. En cuanto le observo cruzamos miradas, seguimos compartiendo un silencio, pero no incómodo. Es un silencio de ocaso. En este preciso instante, el cielo se tiñe de tierra, y pareciera que el cielo se uniera a las despuntantes cumbres de Cíes. Alfonso me mira inmóvil, a pesar de no tener ojos, pero su mirada me transmite satisfaccion. Lo repetiré.


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